Librería Lugar Común, testimonios de una derrota
Empezó con una editorial y se convirtió en una red de 6 librerías: 4 en Caracas, una en Mérida y otra en Margarita. También impulsaron una revista cultural y un concurso de poesía. Fue un lugar icónico en la capital venezolana, que comenzó con muchísimo optimismo, pero que se diluyó entre la desesperanza de la crisis de la Venezuela contemporánea
Antes de ser librería, primero surgió una editorial independiente: Lugar Común. Los escritores Rodrigo Blanco Calderón y Luis Yslas, el editor Garcilaso Pumar y el cronista Willy McKey estaban en un restaurant chino explorando la posibilidad de irse del país. Ahí fue donde se gestó la Cooperativa Lugar Común que comenzó con la publicación de El libro de Esther, de Juan Carlos Méndez Guédez en 2011, cuando las editoriales trasnacionales empezaban a irse de Venezuela por el control cambiario. Un proyecto que llenaba el vacío y respondía a las demandas del mercado literario local.
“La editorial se concibió desde un principio como un espacio común, es decir, un lugar de encuentro entre editores, autores y lectores; un proyecto abierto a la diversidad, donde pudiéramos publicar a aquellos libros que considerábamos valiosos”, cuenta Luis Yslas, residenciado en Lima desde 2017.
Ese primer año también publicaron Los muertos, del crítico español Jorge Carrión; El príncipe negro de Norberto José Olivar; El círculo de Lovecraft, de Carlos Sandoval; Los peores de la clase de Federico Vegas y Las guerras íntimas de Roberto Martínez Bachrich. En 2012 editaron, entre otros textos, el libro de cuentos infantil Ratón y Vampiro, de Yolanda Pantin, que fue un éxito que vendió más de 3.500 ejemplares y se adaptó al teatro. El futuro era prometedor.
Así como se iban editoriales, también se cerraban las librerías y en respuesta a ese vacío, diversificaron su actividad con la creación de una librería homónima, que rápidamente se convertiría en un ícono de la capital. Alquilaron un local en la planta baja del edificio Humboldt, en plena avenida Francisco de Miranda, en Altamira. “Era un lugar de masajes de mala muerte”, recuerda Garcilaso Pumar. Pero desde el principio encontraron el potencial del lugar. En tres meses los arquitectos Maitena de Elguezabal y Guillermo Barrios remodelaron el espacio que inauguró el 12 de diciembre de 2012.
Un espacio de 157 m2 de dos pisos que aglomeraba cerca de 4.000 libros en sus estantes blancos que iban del piso al techo. Un estilo impecable con muebles y lámparas vanguardistas que creaban un ambiente acogedor que dejaba a los visitantes entender su objetivo: ir más allá de la venta de libros. Desde la primera semana ofrecía una programación de conversatorios, que poco a poco se fue ampliando con talleres, actividades infantiles, presentaciones de libros y conciertos de música. Querían llenar el vacío, pero también hacer un lugar de encuentro donde la gente se viera, conversara, se viera a la cara, un lugar común.
Pumar enfatiza que lo concebían como “resistencia cultural”, donde brindaban una experiencia desde las aceras, donde el ciudadano podía llegar a la librería caminando. “Nosotros éramos muy optimistas en ese momento. Pensamos en que si nosotros lo hacíamos era algo de lo que se podía contagiar toda la cuadra”, recuerda Pumar. La librería tenía unos meses de abierta cuando en una entrevista radial comentaba los problemas para imprimir una obra, mientras afirmaba su compromiso de continuar adelante. Y lo hizo.
Al tercer mes, recuerda, la librería ya era rentable por sí sola. La editorial andaba con publicaciones como Arena negra, de Juan Carlos Méndez Guédez; La inquietud, de Alberto Barrera Tyszka; Salsa en Caracas; de Federico Pacanins; Perdidos en Frog, de Jesús Miguel Soto, entre otros. En ese 2013 hicieron más de 130 actividades gratuitas entre conversatorios, presentaciones de libros, proyecciones de películas, exhibiciones, conciertos e incluso un AUTOfestival, que promovía editoriales independiente y fanzines durante toda una semana.
Esta programación estaba a cargo de Rebeca Pérez Gerónimo, que inició trabajando en la editorial y luego se dedicó de lleno a la librería. “Cuando comenzó el proyecto nosotros no teníamos ni idea de la dinámica que iba a tener la librería ni el impacto que iba a tener en la movida cultural”, señala. Al principio las actividades surgían de una lluvia de ideas, luego fue más sólido y planificado en el que se podía proyectar de uno a tres meses, incluso con apoyo de embajadas como la de Estados Unidos e Italia.
A pesar de que trabajaba por una mejor ciudad, no podía evitar su contexto. En febrero de 2014 iniciaron protestas estudiantiles en contra del presidente Nicolás Maduro y el municipio Chacao era el epicentro de las manifestaciones. La librería cerró unos días y reabrió con jornadas que llamaron “Diálogo abierto”, donde se conversaron temas como el ciberactivismo, fotoperiodismo ciudadano, fascismo, derechos humanos, historia de las protestas, entre otros. Ese año editaron pocos libros como Mary Poppins y otros poemas, de Sonia Chocrón; y Tierra de los hombres, de Antoine de Saint-Exúpéry -en el marco de los 70 años de su muerte.
Ya en 2015 editaron Ogros ejemplares, de Daniel Centeno y El bravo Tuky, de Jesús Torrivilla y Juan Pedro Cámara. Rencillas internas llevaron a la disolución de la editorial Lugar Común y daría origen a El Estilete.
Ensayo y sonido, de José Balza inició la corta vida de este proyecto dirigido a los estudiantes. “Sabía que había problemas para conseguir publicaciones para los estudiantes. Propuse una editorial muy económica, donde pudiéramos publicar ‘clásicos contemporáneos venezolanos’, como La máscara y la transparencia de Guillermo Sucre, libros de Alejandro Oliveros, Eleazar León… Para mí esa era la línea editorial a seguir”, explica la que fue su directora editorial, Sandra Caula.
Solo duró tres años. El valor de la producción editorial se diluía rápidamente. Lograron editar más de 15 libros. Entre ellos: Trampas (2016), de José Balza, Gemelas (2016), de Juan Carlos Chirinos; Crónicas sádicas (2016), de Salvador Garmendia; A la orilla de los días (2016), de Eleazar León, y Persona non grata (2017), de Jorge Edwards. También editó el libro ganador de la primera edición del Concurso Anual de Poesía Lugar Común Los días arqueados (2016), de Luis Eduardo Barraza. De este galardón se hicieron cuatro ediciones, una quedó desierta y los otros ganadores fueron Carlos Katán, con Formas de Aridez, y Manuel Llorens con Zoocosis.
“Nosotros vivimos un período de gloria muy corto. Primero dejó de haber papel. Garcilaso consiguió los rollos de papel que se usan para hacer periódicos y mandó a cortar el papel y algunos libros muy buenos salieron con ese papel; realmente dio pena, pero salieron. Luego cuando apareció el papel, era carísimo. Después la imprenta dejo de funcionar, las librerías comenzaron a tener problemas. Nadie se hizo millonario con los libros de El Estilete”, recuerda Caula, quien indica que hay algunos libros que desarrollaron, pero que no llegaron a imprenta.
Paralelamente a la editorial El Estilete se desarrolló otro proyecto homónimo corto, pero fructífero. Una revista cultural, editada por Jaime Bello León, quien también dictó desde sus comienzos talleres de ópera en la librería. “La idea de una revista digital me parecía fascinante por todos los recursos que permite el mundo digital. Fue un vehículo crítico donde se refleja la actividad cultural venezolana desde un punto de vista más pensado, reflexivo y que fuera lo más plural posible”, recuerda Bello.
Con un equipo que define “de lujo” y con firmas como Carlos Sandoval, Edda Armas, Gisela Kozak Rivero, José Balza, entre otros, levantaron la revista que duró desde 2015 hasta principios de 2017. “Creo que hubo un primer año extraordinario y unos meses después seguimos adelante con las dificultades y con un ritmo diferente. Se fue gente difícil de reemplazar, la librería ya no tenía la misma rentabilidad de antes, la crisis económica también tocó la puerta y nosotros (la revista) no teníamos ingresos propios. Tuvimos conversaciones con algunas entidades bancarias, pero cuando acordabas un precio, al momento de implementarlo ya no tenía peso”, explica.
Aun así, en 2016 adquieren la red de librerías Alejandría que incluía sedes en Paseo Las Mercedes, Plaza Venezuela y Mérida. También tuvieron una sede en Margarita con una alianza con un café local. Había una creencia férrea en que habría un cambio político en el país y se preparaban para eso.
Pero ya en 2017 inicia un segundo ciclo de protestas antigubernamentales, muchísimo más fuerte que el anterior y también se inaugura el primer año de hiperinflación en Venezuela. La situación era cada vez más insostenible. “Nosotros vendíamos 2.500 a 3.000 libros al mes en Altamira. En 2014 alcanzamos un pico de 3.500, y hoy estamos vendiendo entre 900 y 1.000”, dijo en una entrevista a Infobae Pumar ese año. Pero no se detuvieron, previo a los conflictos sociales abrieron otra sede en Las Mercedes, cerca de la avenida principal que, asegura, fue la librería más bella que hicieron. “Pero nunca funcionó”, dice.
Luego de ese año, algo se quebró dentro de Garcilaso Pumar. Sentía que la ciudad para la que trabajaba ya no existía. A principios de 2018 empezaron a tener problemas con el alquiler de la sede principal en Altamira. Al no lograr concretar la venta del lugar, decidió cerrar. A finales de ese año, migró con su esposa Vyana Preti a Miami.
“Crear esa esquina en Altamira fue una de las cosas maravillosas que hicimos Diana y yo, pensé que duraría toda la vida allí, pero no se pudo”.
Hoy la que fue Librería Lugar Común es una farmacia y cerca de sus 35.000 libros reposan en un depósito. El resto de las sedes se convirtieron en Librerías Alejandría.
Este texto se entregó el 30 de julio de 2020 como una evaluación de la materia Narrativas Periodísticas Híbridas de la Universidad Católica Andrés Bello.